África en la globalización
Se puede decir que desde el siglo XIX, momento a partir del cual África se incorpora al sistema capitalista mundial, la situación de las economías de los países africanos no han cambiado de manera sustancial desde entonces. Las causas de que esto sea así se debe en gran parte a motivos estructurales, que son los que favorecen la dependencia de dichas economías con los países del norte.
De algún modo la propia situación económica de los países africanos hace explicable la violencia política que se vive en el continente, influyendo de manera importante en la estabilidad de la región y en la propia evolución económica de estos países.
Los países africanos se encuentran en pie de desigualdad frente a los países desarrollados del norte, consecuencia directa de la propia estructura económica que se ha venido estableciendo a nivel mundial, y que concretamente en África no ha variado prácticamente nada desde que se impuso en el XIX. La situación de estas economías es, además de dependiente, extravertida, ya que los propios países africanos tienen vínculos a nivel estructural con los países desarrollados, pues se ven obligados a buscar salida a sus productos en los mercados exteriores.
Debido a esto los Estados africanos consideran como algo central sus relaciones exteriores con el mundo desarrollado, y los vínculos van más allá de lo meramente económico en cuanto a viabilidad financiera, siendo también clave la procedencia de su legitimidad política.
Se puede decir que África ha heredado todas las taras a nivel político y económico de Occidente, y eso le ha sumido en su actual situación caótica y paupérrima, con unas serias dependencias ya no sólo con los países desarrollados, sino incluso con las grandes oligarquías económicas y las plutocracias mundiales representadas por el BM y el FMI.
Al margen de distintas iniciativas en busca de una economía autocentrada en África, se encuentra la imposibilidad real en términos físicos de universalizar un tipo de sociedad y de producción industrial. Quizá la cuestión no es si África es pobre o no, si puede desarrollarse por sí misma o necesita ayudas de algún tipo, quizá la clave de los problemas sea si es deseable que un modelo de organización y producción económica se universalice a escala planetaria. Se habló en su momento de que la solución para África iba a ser su independencia política, se ha comprobado que no ha sido así. Acto seguido se propuso la necesidad de aplicar los proyectos elaborados por el FMI y el BM que únicamente responden a las tesis neoliberales hoy en boga. Se propuso en definitiva desarrollar un política económica orientada hacia la exportación, lo que ha originado inevitablemente la dependencia con sus compradores del norte.
No falto de buenas intenciones, el movimiento de los no-alineados no jugó un papel demasiado importante dentro de las relaciones internacionales, y menos aún fue capaz de articular algún tipo de proyecto a favor de un nuevo tipo de orden económico mundial, todo se limitó a una declaración de intenciones y de principios. El contexto histórico del enfrentamiento entre superpotencias y la propia guerra fría, hacia inviable en la práctica el desarrollo e implantación de terceras vías que posibilitaran modelos alternativos al soviético o al occidental. En cierto modo esto contribuyó en alguna medida a mantener el mismo estado de cosas.
La globalización ha supuesto la extensión a escala planetaria de un tipo de sistema económico, el cual responde a un modelo propiamente occidental, con sus correspondientes consecuencias políticas, culturales, etc... Es algo que no se hace notar lo suficiente, y es el hecho de que la expansión de un modelo de organización económica occidental, como es hoy el capitalismo, tiene unas implicaciones en el terreno de lo político y de lo cultural dentro de los pueblos y países. No asumir esta parte de la realidad es no querer aceptar que ello suponga en el futuro una fuente importante de serios conflictos.
Pero a esta globalización no sólo ha contribuido la propia dinámica interna del sistema económico capitalista, sino que ha incidido en cierto modo el factor científico-técnico y las propias premisas en las que se funda toda la estructura del sistema. La ciencia con su desarrollo ha contribuido a aumentar los grados de rentabilidad en la explotación de los medios de producción, a sistematizar todavía más el proceso productivo incrementando los grados de utilidad, pero también a acortar distancias, incrementar la velocidad y romper las barreras del espacio, es de este modo como se ha venido dando una continua aceleración por efecto del dromos de la modernidad. Inevitablemente esto conlleva la extensión de ese mismo sistema que nació en Occidente, su extensión se hace planetaria y termina, como hoy vemos, universalizándose. Este aspecto es preciso tener en cuenta para de algún modo también entender desde una perspectiva diferente la problemática africana actual.
El imperialismo occidental responde a la propia voracidad económica, siendo las grandes plutocracias económicas como el FMI y el BM aquellas organizaciones que hacen posible una estructura de intereses como la actual, dando lugar a un constante endeudamiento de los países e imponiéndoles medidas que en cualquier caso únicamente benefician a estas entidades financieras internacionales.
La causa de los males a nivel económico y social en África no son los países del norte, es un error achacarles los problemas de aquellos, tal conclusión conllevaría un inútil masoquismo, la causa se encuentra en esas organizaciones económicas transnacionales, que son las que mantienen un sistema económico mundial que favorece los intereses privados de unos grupos sociales muy concretos. De estos grupos y organizaciones son víctimas los pueblos del mundo.La situación tan degradante en la que se encuentra África refleja la vergüenza y la vileza de un sistema y de unos grupos internacionales que para lavar la cara y la mala imagen, emplean parte de sus fondos en campañas de ayuda humanitaria o simplemente para presentar ante la opinión pública grandes proyectos que en la realidad y en la práctica no resuelven nada, sino que por el contrario todavía ayudan a empeorar y a agravar la situación de por sí precaria que se vive en determinados lugares.
Wagner, ética y estética
Por Luis Ripoll
La estética es la manifestación externa de un sentimiento, la ética el fundamento razonado y racional de los sentimientos. La ética se manifiesta a través de la estética.
La estética es o puede ser cambiante, sus valores y apreciaciones son subjetivas y varían según la percepción del momento y contexto histórico del individuo, la ética permanece como un valor de la Humanidad.
El secreto de la estética, si existe, sea tal vez la facultad de transmitirnos algo, de forma imperecedera, que en su estructura o forma, se sigue percibiendo como armónico a pesar que los gustos cognoscitivos hayan cambiado. Por ejemplo, la Venus de Milo o las redondeces de Ruben están lejos del ideal de belleza femenina que tenemos actualmente, sin embargo las seguimos apreciando como bellas.
Continuando con la terminología de “ética y estética” planteada, surge la pregunta al respecto de la ética, entendida como al principio se ha propuesto. Las manifestaciones artísticas que transmiten solo una forma serían solamente estéticas. A través de la ética es evidente que el artista quiere, usando la estética, dar forma a un sentimiento, o lo que es sentir y transmitir la belleza a través de una imagen u otro tipo de manifestación de la misma.
Es innegable que la manifestación estética es una consecuencia de la necesidad de expresar y transmitir un sentimiento, un pensamiento, o ambas cosas. Sin embargo la escala de valores propia del arte, tal como yo lo entiendo, es poniendo la estética al servicio de la ética, o sea del sentimiento o como dije, del fundamento razonado de los sentimientos; puede que la estética sea válida por si misma, algo es bello y posiblemente con ello ya basta, sin embargo si ese “algo bello” se sustenta en una idea, pensamiento, sentimiento, o filosofía, la fuerza que adquiere es incomparable.
En lo que más directamente me concierne y que es el propósito de este escrito en relación con la obra musical, y no solo con la música; no todos los grandes compositores de la historia han mantenido esa subordinación y coherencia, por lo menos de un modo permanente, Wagner es posiblemente el que mejor nos ha hecho comprender que debía ser así. Aunque aquí sería injusto no citar por lo menos a Mozart (ciñéndonos solamente al mundo de la lírica operística), Wagner nos hace llegar su “drama” a partir de un concepto “trágico”, Mozart lo hace de una forma sublime en lo ético y en lo estético, de la que también me atrevería a decir, insuperada. La grandeza de la obra de Richard Wagner la adquiere fundamentalmente por la subordinación total de su estética al servicio de la ética y valores que desde la tragedia griega ningún autor había trasladado a la escena con tanta universalidad y fuerza. Bajo la apariencia, que yo diría más bien del uso, de personajes mitológicos, hace uso inteligente de la misma para expresar esas contradicciones de la naturaleza del ser humano, el debate entre la razón, el sentimiento, las ambiciones, las situaciones establecidas, el poder, la debilidad, la bajeza, la heroicidad entendida bajo un concepto no convencional, Wagner no concibió al héroe «Siegfried» como un ser “consciente” de su heroísmo, sino como un ser inocente que no conoce lo que es el miedo que se enfrenta y vence cuantos obstáculos se le cruzan en su camino, que para él simbolizan el mal. La única y auténtica violencia que aparece en la obra wagneriana esta encarnada por personajes de gran bajeza moral; Hagen asesina a Siegfried, pero en general la violencia de los personajes es más sicológica que física, para Wagner la maldad es la clase de violencia que realmente hace daño. No hace falta llegar a la Tetralogía ni a Klingsor para ello, en obras de su época romántica vs. Lohengrin, tenemos ya ejemplos claros en Ortrud y Telramund.
Existe una segunda forma en la que Wagner nos transmite la violencia, sicológicamente o conceptualmente entendida, como por ejemplo la agresión a la naturaleza, uno de los pilares en que se basa su obra más ambiciosa, la Tetralogía.
Solo una lectura superficial o mal intencionada de la obra wagneriana puede llevar a las falsas interpretaciones que desgraciadamente para la cultura universal han sido difundidas y aún mal comprendidas por muchos.
Sin un hombre profundamente ético en su pensamiento no se habría dado el inmenso legado ni valor de la obra wagneriana. Contrariamente a ello y entre los críticos o los que quieren desmerecer o desacreditar la figura de Wagner como persona, encontramos las frecuentes críticas que se le hacen por su comportamiento en su vida amorosa y otras cosas que parecen “caldo de cultivo” para una cierta pléyade de detractores. El lector de estas líneas no necesita otros detalles, pero debemos recordar que Wagner mantuvo siempre firme su ética, nunca abandonó el sustento económico a su primera esposa Mina, y mantuvo firme su estatus matrimonial con Cosima, a pesar que su corazón o pasiones pudieran desviar sus sentimientos o actuaciones (a menudo inciertas) en ciertos momentos, con las debilidades propias de cualquier ser humano, y que a diferencia de otros jamás fue un hipócrita, la autenticidad en lo humano y en lo artístico es una de las más grandes virtudes que pueden destacarse en Wagner. ¿Acaso cuando nos transmite el amor entre Tristan e Isolde no lo hace de una forma sublime y sincera de la que me atrevería decir que solo un hombre que viva profundamente ese sentimiento es capaz de transmitir así?, ¿no hay tal vez mucho de sí mismo en las contradicciones que vive Wotan?, y finalmente su mensaje en Parsifal ¿no es sino su propia convicción en que la redención de la persona, del hombre, solo puede ser a través de la manifestación del amor entendido como un acto de tal universal?.
El contenido de su obra manifestado a través de una estética impecable no alcanzaría el mismo valor si no tuviera ese fundamento ético. La estética Wagneriana no solo se manifiesta en su música, ni en la construcción de la misma como una inmensa estructura alambicada y perfectamente enlazada, si no en la poesía de sus textos, en las frases que nos transmite a través de sus personajes que a menudo reflejan un completo tratado del pensamiento y de la sicología, fundamentadas en la mejor filosofía, no solo de su siglo.
Aunque sea a modo de revisión fugaz examinemos de que elementos se sirve Wagner, que instrumentos utiliza al servicio de la ética, sus herramientas “estéticas”. En primer lugar el drama y la poesía convertida en libreto, sobre la que edifica sus acentos musicales en íntima armonía con los acentos del texto, su música – mejor dicho – su desarrollo musical que está al servicio de una idea, de una ética, y no a la inversa, nada hay incoherente en la expresión dramático-musical wagneriana, sin concesiones libradas solo al servicio de la estética. La filosofía y sicología de sus personajes, la orquestación y la voz (veáse el artículo de Arturo Reverter “La voz en Wagner”) en el “drama wagneriano” concebido bajo unos parámetros totalmente innovadores, no tiene lugar esa secuencia de cabaletta, aria etc... tradicionales, su arte musical proviene de fundamentos basados en lo sinfónico dónde la voz es un instrumento más, a menudo contrapuntístico, cuya uso se asimila mejor a la derivación del «Singspiel». La elaboración de un complejo entretejido de «leitmotiven», motivos conductores a través de los cuales el buen escuchador apreciará que en ese momento no se conforma en transmitirnos lo que se está diciendo, sino que nos está recordando, induciendo subliminalmente a la compleja sicología de personajes y situaciones donde lo que se dice y lo que el subconsciente guarda pueden ser distintos y contradictorios. Finalmente los objetos que utiliza, desde la lanza de Wotan hasta el Grial en Parsifal, elementos que adquieren la fuerza y casi el protagonismo de un personaje más en su drama. Todo ese conjunto, ese entramado, esa obra de ingeniería artística hacen que su estética sea tan poderosa, se apoya sobre unos sólidos fundamentos éticos que como rocas sustentan y actúan cuál elemento amplificador.
Wagner autor, desconocido por muchos, ha escrito libros y ensayos (también innecesarios citar para el lector de estas líneas) los cuales reflejan su voluntad de llegar más allá, no se ha conformado en crear una obra que por si sola ya alcanza la plenitud de sus objetivos artísticos, nos ha legado mediante sus escritos lo que él entendía y acuñó en su inmortal «Gesamtkunstwerk» u obra de arte total, en la que la estética al servicio de la ética ha quedado como imperecedera, y para muchos como insuperable.
Clausewitz, el absoluto o la guerra
Carl von Clausewitz se ha planteado la redacción de Vom Kriege como teoría rigurosa de la acción pura, contraria a todo sentimentalismo. Porque "como es natural, las gentes de buen corazón piensan que hay algún medio ingenioso de desarmar o derrotar al enemigo sin excesivo derramamiento de sangre, y quizá imaginen que ésta es la verdadera finalidad del arte de la guerra".
Y, en esas fantasías filantrópicas, hay más que error, tragedia. "La guerra es un asunto tan peligroso que los errores debidos a la benevolencia son los peores de todos. El empleo máximo de la fuerza no es, de ningún modo, incompatible con el empleo simultáneo del intelecto. Si uno de los bandos utiliza la fuerza sin remordimiento y no se detiene ante el derramamiento de sangre, al tiempo que el otro se contiene, aquel bando obtendrá ventaja. Aquel bando obligará al otro a reaccionar, cada uno arrastrará al contrario a situaciones extremas, y los únicos factores limitativos serán las contrapartidas propias de la guerra... Introducir el principio de moderación en la teoría de la guerra siempre conduce al absurdo lógico".
Tiene ante sí Clausewitz un horizonte recién abierto: la Revolución Francesa. Y fija a su obra una tarea acorde: pensar la universalidad de ese mundo recién inaugurado. Tres nudos debieran ordenar su trama:
1) el trastrueque que el concepto mismo de guerra sufre bajo la emergencia del sujeto revolucionario, prolongado institucionalmente, en un ejército que no es ya sino "pueblo en armas";
2) la culminación necesaria de ese nuevo mundo en el despliegue napoleónico de lo que llama el modelo de la "guerra absoluta";
3) el pliegue de irregularidad que la "guerra defensiva popular" introduce en el absoluto napoleónico.
Está demasiado cerca en el tiempo para poder apresar el objeto de su análisis de un modo plenamente satisfactorio, Clausewitz. Y además muere joven. Vom Kriege es un cúmulo de ruinas deslumbrantes: las que forman ese cúmulo de borradores redactados entre 1815 y 1831, y sólo póstumamente editado. Dos anotaciones muy tardías nos dan idea del balance que hace el autor de su trabajo. La primera está fechada el 10 de julio de 1827:
"Considero los seis primeros libros, ya pasados a limpio, simplemente como una masa más bien informe, que, de nuevo, ha de ser revisada a fondo. La revisión deberá poner de manifiesto, de forma más clara, en todo momento, los dos tipos de guerra. Se clarificarán entonces todas las ideas, su orientación general resultará más nítida y su aplicación será pormenorizada.
La guerra puede ser de dos tipos, en cuanto que el objetivo es o bien derrotar al enemigo, dejándolo políticamente aniquilado o militarmente impotente, y, así, forzarlo a firmar la paz a cualquier precio; o bien solamente ocupar algunos de sus territorios fronterizos con el fin de anexionarlos o utilizarlos para negociar en las conversaciones de paz...
Esta distinción entre los dos tipos de guerra es algo que tiene que ver con la realidad. No menos realista es otro trascendente aspecto que debe quedar absolutamente claro, a saber, que la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios. Tener siempre presente este hecho facilitará sobremanera el estudio de la cuestión, pudiéndose analizar el conjunto con más facilidad. Aunque la aplicación principal de este punto de vista no se efectuará hasta el libro VIII, debe ser desarrollada ya en el libro I, e influirá igualmente en la revisión de los seis primeros libros...
Si una muerte precoz me impidiese terminar mi trabajo, lo que hasta ahora he escrito sólo merecería, desde luego, ser considerado como una masa informe de ideas. Sujeto a tergiversaciones, sería blanco de críticas apresuradas".
La segunda es de 1830:
"El libro VII, que es esbozado a grandes rasgos, iba a tratar del Ataque, y el libro VIII de los Planes de guerra, pretendiendo con ellos interesarme sobre todo por los aspectos políticos y humanos de la guerra. El primer capítulo del libro I es el único que considero acabado. Al menos, sirve para el conjunto, indicando la dirección que he pretendido seguir hasta el momento".
Su impulso inicial es hegeliano: si todo lo real es racional, ¿qué no sucederá con aquello en lo cual el destino de los hombres, sus vidas, individuales y colectivas, más irreversiblemente se juega? –"Me propongo considerar, en primer lugar, los diversos elementos de esta disciplina [la guerra], luego sus diversas partes o secciones y, por último, la totalidad de su estructura interna". Sólo, sin embargo, desde el esclarecimiento del todo será posible exponer las determinaciones lógicas de lo concreto, porque, "en la guerra, más que en ningún otro asunto, hemos de empezar por examinar la naturaleza del conjunto; en esto es más necesario que en ninguna otra cosa reflexionar al mismo tiempo sobre la parte y el todo".
La guerra es orden y cálculo: matemática, sobre la cual funda la conciencia moral sus brillantes palacios; porque "el arte de la guerra trata de la vida y de las fuerzas morales"; de la muerte, que trueca en moral –porque irreversible– cada acto humano. Y nada puede saberse de ella que no pase a través de una definición cuidadosa. Y de una depuración del embrollo humanitario, que contrapone paz y guerra. La paz es un acto de guerra: tal es la hipótesis más original del ensayo clausewitziano.
En su abordaje más formal, el modelo guerra es rarificación del modelo duelo: "Un duelo a mayor escala", escribe Clausewitz. Como el duelo, busca la guerra la reducción rápida del enemigo. La deposición de armas, en duelo como en guerra, es sólo definitiva cuando la derrota pone a uno de los contendientes en las manos del otro. "La guerra se compone de innumerables duelos, pero es posible formarse un cuadro del conjunto imaginando una pareja de luchadores. Cada uno de ellos intenta obligar al otro a hacer su voluntad; su objetivo inmediato es derrotar a su oponente, de modo que sea incapaz de continuar oponiendo ninguna resistencia".
A la analítica de las fuerzas en conflicto y de sus respectivas capacidades para someter o ser sometido se ajusta un arte de la guerra como "pulsación de violencia de fuerza variable y, por tanto, variable también en cuanto a la rapidez con la que estalla y descarga su energía". Violencia material, por supuesto, ya que "la fuerza moral carece de sentido fuera del Estado y de las leyes". Ajeno a valoración moral, el juego de la guerra se cifra en esto: potencia algorítmicamente modulada, sin otro propósito que el de "privar al enemigo de su poder, para reducirlo a componente del nuestro". Desarrollo, refinamiento, cultura, sabiduría, historia sólo multiplican la eficacia de la fuerza; su capacidad de muerte, por tanto. Un siglo antes que Freud, el tan antiutopista Clausewitz sabe que "el avance de la civilización no ha logrado alterar ni desviar la tendencia a destruir al enemigo, que es el núcleo de la idea misma de la guerra... La guerra es un acto de fuerza y la aplicación de esa fuerza no acepta ningún límite lógico".
Destruir al enemigo: eso es la guerra. ¿A qué llamamos destruir? ¿A qué, enemigo?
Destruir es desarmar, responde. No es decir mucho: en una ontología de la "colisión entre dos fuerzas activas", ¿cómo se desarma a una de ellas sin reducirla a nada? ¿Posee el vector de una composición de fuerzas realidad que sobreviva al trazado de la resultante? Y si, "mientras no haya derrotado a mi oponente, estoy obligado a temer que él pueda derrotarme a mí", ¿qué opción resolutoria hay, que no sea la aniquilación total del enemigo? En términos de física de la confrontación, ninguno. Por supuesto. "¿Por qué, sin embargo, el concepto teórico no se cumple en la práctica –no siempre, al menos–?".
La economía de la derrota es regulada por otro cálculo; el de la verdadera guerra: la paz, cuya administración de muerte ejerce la política. "La guerra es, así, un acto político… Si fuera una manifestación de violencia completa, desenfrenada y absoluta (como lo exigía su propio concepto), la guerra usurparía, por su propia voluntad autónoma, el lugar de la política, a partir del mismo momento en que la política la hubiera puesto en juego; expulsaría, a continuación, a la política de los ministerios y gobernaría mediante leyes propias de su naturaleza, igual que una mina que sólo pudiera estallar en la forma o la dirección predeterminadas por su colocación... La guerra avanza hacia sus objetivos a velocidades variables, pero siempre dura lo suficiente para que su influencia afecte al objetivo y para que su curso cambie de una u otra forma. En otras palabras: lo suficiente para permanecer sujeta a la acción de una inteligencia superior. Si tenemos en cuenta que la guerra surge de un propósito de orden político, es natural que la causa primera de su existencia continúe siendo la consideración suprema para dirigirla. Pero esto no significa que la finalidad política la tiranice. Debe adaptarse a sus medios elegidos, en un proceso que puede alterarla de manera radical; no obstante, la finalidad política sigue siendo la consideración primera. Por tanto, la política impregnará las operaciones militares y, en la medida en que lo admite su naturaleza violenta, ejercerá una influencia continua sobre ellas".
La forma absoluta de la guerra, que constituye el modelo mediante el cual analizar las determinaciones que rigen concretas limitaciones en cada guerra individualmente definida, es, para Clausewitz, fruto de las más crucial de las intervenciones políticas modernas: la guerra revolucionaria. "Cabría preguntarse si hay algo de verdad en nuestro concepto general del carácter absoluto de la guerra, si no fuera por el hecho de que hemos visto con nuestros propios ojos cómo la guerra alcanzaba este estado de perfección absoluta. Tras el breve período de la Revolución Francesa, Bonaparte la llevó rápida e implacablemente hasta ese punto. La guerra en sus manos se hacía sin tregua hasta que el enemigo sucumbía y los contragolpes se lanzaban casi con la misma energía. Seguramente es natural e inevitable que ese fenómeno nos haga volverla concepto puro de guerra, con todas sus rigurosas implicaciones".
El infinitesimal acercamiento de la realidad empírica al paradigma formal de la guerra absoluta –del exterminio, pues, sin límites del enemigo– rige la preocupación de Clausewitz por una estricta determinación política de lo militar. Su clave es la irrupción del sujeto nacional revolucionario. "En 1793 había aparecido una fuerza que superó todo lo imaginable. De repente, la guerra se convirtió en un asunto del pueblo, un pueblo formado por trescientos millones de personas que se consideraban a sí mismas ciudadanos... El pueblo se convirtió en un participante activo en la guerra; lo que se puso en la balanza no fueron los gobiernos y los ejércitos, como había sucedido hasta entonces, sino todo el peso de la nación... La guerra se aproximó a su verdadero carácter, a su perfección absoluta. Los recursos movilizados parecían no tener fin; todos los límites desaparecían en el vigor y entusiasmo demostrado por los gobiernos y sus súbditos. Dichos factores aumentaron, de manera importante, ese vigor: la enorme disponibilidad de recursos, el amplio abanico de oportunidades y la profundidad de un sentimiento que surgía de todas partes. El único objetivo de la guerra era derrotar al enemigo; hasta que éste no se postrase, no se consideraba posible parar e intentar reconciliar los intereses opuestos. La guerra, sin trabas de cualquier convencionalismo restrictivo, desató toda su furia elemental. Esto se debió a la participación que ahora tenían los pueblos en los grandes asuntos del Estado; y, a su vez, su participación fue consecuencia, en parte, del impacto que la Revolución tuvo en la situación interna de cada Estado".
La guerra moderna ha nacido. ¿O la política? Y, visiblemente desazonado por ese salto al absoluto, Clausewitz se pregunta: "¿Será siempre así el futuro?".